El cuerpo como frontera, el cuerpo como puente
- Yair Laus
- 1 abr
- 2 Min. de lectura
Hay una parte de la migración que no se piensa con palabras, sino que se siente en el cuerpo. Antes de entender un idioma, antes de conocer las normas, antes incluso de formar nuevos vínculos, el cuerpo ya está recibiendo la experiencia. Y a veces, sin que lo sepamos, ya está reaccionando.

El cuerpo del migrante cambia de ritmo. Cambia de clima, de alimentos, de horarios. Cambia de ropa, de peso, de energía. Hay fríos que el abrigo no cubre del todo. Hay cansancios que no vienen del esfuerzo físico, sino de la constante adaptación. De estar siempre atentos. Siempre "en modo aprendizaje".
A veces, el cuerpo se defiende. Se tensa, se encoge, se enferma. Otras veces, se apaga. Pierde fuerza, pierde ganas. Y en otras, responde con un impulso de avanzar, de sobrevivir, de resistir aunque todo lo demás parezca incierto.
Pero el cuerpo también es memoria. Guarda lo que no se dice. Lo que se extraña. Lo que se reprime para “funcionar”. En la piel, en el estómago, en el pecho, se acumulan despedidas, esfuerzos, contradicciones. Y si no lo escuchamos, se hace escuchar solo.
En la migración, el cuerpo también es frontera. Marca lo que nos diferencia. Lo que "no encaja". El color de piel, la manera de moverse, de gesticular, de reír. Lo que allá era común, acá se vuelve visible. Exótico. A veces juzgado. A veces silenciado.
Desde el coaching ontológico, el cuerpo no es un instrumento aislado del ser. Es lenguaje. Es observación. Es posibilidad. ¿Qué me está diciendo mi cuerpo en este nuevo contexto? ¿Qué ritmo estoy forzando? ¿Qué emociones estoy alojando sin procesar? ¿Qué señales me estoy negando a escuchar por sostener una idea de “normalidad”?
Quizás parte del proceso de adaptación no sea solo entender la nueva cultura, sino también permitirle al cuerpo encontrar su manera de habitarla. Sin forzar. Sin copiar. Sin negarse. A su propio tiempo. A su propio modo.
Porque el cuerpo también migra. Y, como todo lo que migra, necesita ser reconocido, cuidado y escuchado.
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